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Los últimos dos años (2020 – 2021) están siendo trascendentales en la historia, ya que han sido marcados por una serie de hechos que difícilmente serán olvidados en un corto plazo. El virus de COVID-19 obligó al mundo a replantear la forma de llevar la educación. Esto conllevó a que alrededor de 1.200 millones de estudiantes vieran interrumpidas sus clases presenciales, como lo ratificó la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 2020). Por lo anterior, el mundo y su globalización se han visto amenazados de forma sin precedentes inmediatos y que pareciera establecer una nueva “normalidad”.
De esta manera, en su mayoría, las universidades de América Latina, y en específico, las Instituciones de Educación Superior colombianas, han incorporado el modelo de educación a distancia con el apoyo de las TIC para la creación de nuevos escenarios de aprendizaje. Sin embargo, dichos escenarios han sido tema de un creciente debate al respecto. Según un análisis elaborado por el LEE (Laboratorio de Economía de la Educación) de la Pontificia Universidad Javeriana, aproximadamente el 96% de los municipios en Colombia no tiene recursos ni cobertura para desarrollar cursos virtuales, ya que hay lugares sin acceso a la red y “más de un millón de personas en zonas rurales no cuenta con servicio de internet” según el último estimado realizado por el Min Educación en el marco de su Plan Especial de Educación Rural en 2018 (Ruka, Diederik, 2020).
En el ámbito colombiano, la pandemia ha expuesto una serie de deficiencias y/o faltantes en cuanto a la preparación y la planeación de la cotidianidad bajo un parámetro anormal y sorpresivo; es decir, no se estaba preparado a un nivel aceptable para afrontar una emergencia nacional en donde la totalidad de la población es vulnerable. Por otra parte, y sin dejar de lado la veracidad de la afectación de todos los sectores económicos y sociales del país por la emergencia, la educación ha sido uno de los sectores que experimentó una situación en muchos casos sin contingencias, y que debió adaptarse a una virtualidad que hace tiempo debió implementarse y/o actualizarse en el territorio.
No puede decirse que todo fue un fracaso rotundo, si bien es verdad que la educación pública (mayoritariamente) no estaba preparada para implementar un acceso remoto y de calidad a la totalidad del cuerpo estudiantil, y que las condiciones precarias de los lugares más apartados y olvidados por el estado iban a recibir el golpe más fuerte frente a la situación; no obstante, hubo preocupación y empeño en solucionar esta problemática de acuerdo a la capacidad de cada contexto, para que la calidad del aprendizaje fuese semejante al de la modalidad presencial. La educación virtual es generadora de diversos fenómenos intrincados, como lo indican José María Antón, Secretario General de Virtual Educa y Jaime Alberto Rincón Prado, Presidente de ACESAD (Asociación Colombiana de Instituciones de Educación Superior con Programas a Distancia): “tal dinámica es de una enorme magnitud y complejidad en tanto ella refiere a temas didácticos, pedagógicos, tecnológicos, organizacionales, jurídicos, económicos; de recursos de aprendizaje, sistemas de evaluación y procesos de certificación haciendo una lista reducida.”. En este periodo se advierten nuevos estudiantes y formas de evaluación, y con ello, nuevas competencias que deben poseer los docentes junto con una amplia diversidad institucional, las cuales son parte de un proceso en curso en Colombia que plantea la necesidad de su reflexión y análisis colectivo.
Un fenómeno que sí se mostró claro, fue el impacto psicológico que, tanto estudiantes como profesores, experimentaron por la pandemia haciendo que el proceso pedagógico se viese afectado, y en algunos casos se optara por apartarse de ello por la precariedad del proceso de aprendizaje. Por ende, se puede decir que las falencias en la calidad de la educación Colombiana han quedado expuestas y es precisamente ello lo que se puede rescatar como positivo de la situación: Es necesario una mejor inversión en infraestructura y tecnología, una mejor preparación del recurso docente, una mejor proyección a la adaptación de los medios y un mejor manejo de fondos para garantizar la educación en el país. Las TIC ofrecen notables ventajas en el proceso de aprendizaje de los estudiantes, estableciéndose estas como herramientas de apoyo. Sin embargo, en la educación presencial son consideradas como herramientas de apoyo y no el medio en su totalidad. Por ello, comienzan a darse cambios importantes luego de la llegada del covid-19 en materia de educación.
MARÍA CAMILA ROLÓN SANTIAGO
COLUMNISTA POLSO
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