![](https://static.wixstatic.com/media/860375_6c363f26aad349bcb6dac960f357a830~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_980,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_auto/860375_6c363f26aad349bcb6dac960f357a830~mv2.jpg)
La región del Catatumbo, situada en el departamento de Norte de Santander, es una zona en la que confluyen la belleza de su biodiversidad, comprendida en la flora y la fauna; pero, además, las cicatrices de un conflicto que durante décadas ha afectado a los moradores de los diferentes municipios que la conforman.
En este lienzo de contraste, la educación se erige no solo como un desafío mayúsculo, sino como una de las esperanzas más claras para la generación de la tan anhelada paz y la reconstrucción del tejido social que se ha visto fraccionado por cuenta del estigma social que han tenido que padecer sus habitantes. El Catatumbo es una zona marcada por ríos y vastas selvas que le regalan un aire puro para encontrar la paz, que tanto anhelan sus pobladores; no obstante, es una zona marcada por la desigualdad y el abandono estatal, lo que hace la brecha educativa aún más grande, ocasionando la falta de oportunidades entre sus habitantes.
La educación en esta zona del país enfrenta obstáculos que van desde la infraestructura física, hasta el impacto psicosocial que han ocasionado los actores armados que operan en el Catatumbo colombiano, sumándose a la falta de oportunidades en materia económica que, a menudo, desvían a los jóvenes hacia caminos tortuosos. Es preciso señalar que muchas de las escuelas, también conocidas como Centros Educativos Rurales (CER), que se encuentran ubicadas en la zona rural de los ocho municipios que conforman esta región (El Carmen, Convención, Teorama, San Calixto, Hacarí, El Tarra, Tibú y Sardinata), no se encuentran en las condiciones adecuadas para que los niños y niñas puedan recibir sus clases de manera correcta.
Aunque parezca un chiste, algunas de las escuelas no cuentan con el servicio de agua potable, razón por la que a los padres de los niños les toca llevar el preciado líquido para el consumo personal, e incluso para el uso de los sanitarios; mientras que otras escuelas no cuentan con la cantidad de salones y sillas adecuadas para que los menores puedan tomar sus clases. Sumado a eso, la falta de material didáctico moderno y actualizado, debido a que algunos CER cuentan con material que supera los 10 años de estar en las sedes; sin contar la falta de computadores, televisores, equipos inteligentes o conexión estable y permanente a internet, para hacer los encuentros más amenos e interactivos.
Este déficit aumenta la deserción escolar, lo que genera el reclutamiento forzado por parte de los actores armados que convergen en la región. A pesar de las adversidades, existen luces de esperanza, cargadas de resiliencia, la cual se ha visto reflejada en sus habitantes, debido a que buscan transformar la realidad a través de la implementación de proyectos que están enfocados en la educación para la paz, al igual que la puesta en marcha de pedagogías que están adaptadas al contexto del conflicto y al fortalecimiento de la educación rural.
La educación en esta zona del país (región del Catatumbo) se puede definir como un campo de batalla, donde se libra una lucha diaria por un mejor futuro que involucra a los estudiantes, docentes y padres de familia, para aunar el esfuerzo y compromiso que se ha convertido en un faro de resistencia, acompañado de la esperanza por una mejor región, donde prime la educación como un pilar fundamental para empoderar y transformar el concepto negativo que tienen las personas de esta zona del país. La tarea no es sencilla, pero tampoco imposible, y para lograrlo se necesita el apoyo decidido del Gobierno nacional y departamental, al igual que de los entes territoriales (alcaldías), así como de la sociedad civil y de la comunidad internacional, para lograr la inversión real, la cual permitirá la creación de un mejor camino a la paz y también el desarrollo sostenible de cada uno de los municipios que hacen parte del Catatumbo.
Invertir en la educación del Catatumbo es creer en el poder transformador del conocimiento y la cultura. Es entender que cada niño, niña y joven que logra acceder a una educación de calidad es una semilla de cambio para una región históricamente golpeada por la violencia y el abandono. Esta inversión no debe ser vista como un gasto, sino como la apuesta más segura por un país en paz, equitativo y justo.
Comments