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La salud infantil: una responsabilidad que exige acción y sensibilidad

Por Erika Picón


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Como jefe de Enfermería, he aprendido que la salud infantil no solo se construye desde la asistencia clínica, sino desde el acompañamiento constante, el cuidado humano y la vigilancia rigurosa de cada etapa del desarrollo. Los niños representan el grupo poblacional más vulnerable y, paradójicamente, uno de los que recibe menos atención estructural dentro del sistema de salud. Esta falta de coherencia entre lo que se declara y lo que realmente se implementa nos obliga a reflexionar con profundidad y, sobre todo, a actuar.


En los servicios pediátricos se evidencia una realidad que muchas veces permanece oculta: unidades saturadas, personal insuficiente, tiempos de espera que ponen en riesgo diagnósticos oportunos y recursos que no siempre llegan con la rapidez que la atención de un niño exige. Cuando estas fallas operativas se combinan con la falta de educación en salud en los hogares, las consecuencias recaen directamente sobre los más pequeños, quienes dependen por completo de los adultos para garantizar su bienestar.


La enfermería pediátrica desempeña un papel decisivo en este panorama. No solo somos responsables de la ejecución técnica de cuidados esenciales, sino de la observación clínica detallada, la detección temprana de alertas, el acompañamiento emocional del niño y la orientación constante a las familias. En cada turno, en cada procedimiento y en cada interacción, velamos porque el paciente infantil reciba un cuidado integral y digno. Sin embargo, nuestros esfuerzos se ven limitados cuando el sistema no garantiza suficientes profesionales, capacitaciones continuas o condiciones adecuadas para realizar una atención segura y humanizada.


La prevención sigue siendo una deuda pendiente. Persisten fallas en los esquemas de vacunación, controles de crecimiento y desarrollo incompletos, casos de desnutrición que podrían evitarse y un preocupante aumento de problemas de salud mental infantil que no siempre son atendidos a tiempo. La enfermería tiene la capacidad y las herramientas para liderar procesos educativos, promover prácticas saludables y acompañar a las familias, pero estas acciones requieren estructura, apoyo institucional y políticas claras que reconozcan su impacto.

Además, la salud infantil no puede limitarse al espacio hospitalario. Necesita un sistema articulado que incluya escuelas, familias, entes territoriales y programas comunitarios verdaderamente efectivos. La protección de la infancia debe ser una prioridad nacional, respaldada con presupuesto, personal, seguimiento y estrategias de intervención que no dependan de la improvisación ni de la buena voluntad del equipo asistencial.


Como jefe de enfermería, reafirmo que la salud infantil es un compromiso que exige sensibilidad, disciplina y liderazgo. Pero también requiere un sistema que valore el rol de enfermería como motor fundamental en la vigilancia del estado de salud, en la prevención de riesgos y en la protección de cada niño que entra a nuestras manos.


Cuidar a un niño no es solo brindar atención: es garantizarle un presente seguro y un futuro posible. Y mientras existan brechas que amenacen ese derecho, seguiremos alzando la voz, trabajando con convicción y exigiendo que la salud infantil ocupe el lugar prioritario que siempre ha debido tener.

 
 
 

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