top of page

La educación en Colombia: clave para el progreso nacional


ree

Por Eybis Villamizar


En Colombia, hablar de educación es hablar de futuro. Es hablar de la posibilidad de romper ciclos de pobreza, de construir ciudadanía y de abrir caminos hacia la equidad. Sin embargo, también es hablar de una deuda histórica que aún no hemos saldado. En este 2025, la educación sigue siendo ese corazón que late con esperanza, pero que todavía no recibe el oxígeno suficiente para impulsar el cuerpo entero del país.


Durante décadas, la educación ha sido presentada como la solución a todos los males: pobreza, violencia, desigualdad, desempleo. Y aunque es cierto que educar transforma, también es cierto que no basta con repetir su importancia en discursos. La educación necesita inversión real, voluntad política y, sobre todo, escuchar a las comunidades. No puede seguir siendo una promesa aplazada ni una cifra en los informes oficiales. Debe ser una experiencia viva, sensible y transformadora.


El Plan Nacional de Desarrollo 2022–2026 reconoce este desafío y propone ampliar la cobertura en la primera infancia, fortalecer la educación rural y garantizar trayectorias completas desde la primera infancia hasta la educación superior. Es un avance, pero aún insuficiente. Según el Panorama de la Educación 2025 de la OCDE, Colombia sigue enfrentando rezagos graves en formación básica, técnica y universitaria. Las brechas entre lo urbano y lo rural, entre lo público y lo privado, siguen marcando el destino de millones de jóvenes. Y esas brechas no son estadísticas frías: son niños que caminan horas para llegar a clase, jóvenes que abandonan porque no ven sentido en lo que se les enseña, docentes que trabajan con vocación, pero sin recursos.

Educar no es llenar cabezas de datos; es sembrar pensamiento crítico, sensibilidad social y capacidad de acción. Es enseñar a convivir, a crear, a imaginar futuros posibles. Por eso, la educación debe ser también comunicación, clara, participativa y empática; No podemos seguir enseñando desde el miedo o la obediencia, es hora de educar desde la libertad, la creatividad y el respeto por la diversidad.


He visto cómo una radio escolar abre espacios de participación, cómo una campaña educativa bien pensada cambia la narrativa de una comunidad, cómo un proyecto cultural devuelve entusiasmo a estudiantes que habían perdido la fe. Pero también he visto escuelas sin agua, sin conectividad, sin docentes suficientes. Y eso duele. Porque cada vez que una escuela se apaga, se apaga también una posibilidad de cambio.

 

La educación debe ser prioridad en los presupuestos, en los medios, en las conversaciones familiares y en las campañas políticas. Debe ser defendida por todos: docentes, estudiantes, padres, líderes sociales, la comunidad en general. Porque educar no es tarea de unos pocos, es responsabilidad de toda la sociedad.

Hoy más que nunca, necesitamos una educación que escuche, que abrace la diversidad, que forme para la vida y no solo para el mercado. Una educación que despierte pensamiento crítico, sensibilidad social y capacidad de construir país desde cada rincón, porque cuando se educa con propósito, se siembra progreso y Colombia merece latir con fuerza.

 

Un país que se construye desde las aulas

El progreso de nuestro País no puede medirse únicamente en cifras macroeconómicas, también, se mide en la capacidad de sus ciudadanos para convivir, para innovar, para participar en democracia; todo eso empieza en la escuela, una educación de calidad no solo forma profesionales, forma ciudadanos.

El Banco Mundial ha señalado que cada año adicional de escolaridad puede aumentar el ingreso individual hasta en un 10%. Pero más allá de los números, la educación genera confianza, abre horizontes y fortalece el tejido social. Una comunidad educada es una comunidad más resiliente, más consciente de sus derechos y más capaz de exigirlos.

En las regiones apartadas, donde la violencia y la pobreza han marcado generaciones, la escuela es muchas veces el único espacio de esperanza. Allí, un maestro no solo enseña matemáticas o historia: enseña a soñar. Y ese acto, tan sencillo y tan poderoso, es el que puede cambiar el destino de un niño y, con él, el destino de un país.

 

Los retos actuales: cobertura, calidad y pertinencia

No podemos ignorar los retos, la cobertura sigue siendo insuficiente: “más de 1.2 millones de niños y jóvenes están fuera del sistema educativo”, según cifras del DANE. La calidad es desigual, mientras algunos colegios privados ofrecen programas bilingües y acceso a tecnología, muchas escuelas rurales carecen de lo básico. Y la pertinencia es un desafío: ¿estamos enseñando lo que realmente necesitan nuestros jóvenes para enfrentar el mundo actual?

La educación técnica y tecnológica, por ejemplo, sigue siendo vista como de “segunda categoría”, cuando en realidad es clave para el desarrollo productivo del país. Necesitamos dignificarla, fortalecerla y conectarla con las necesidades reales del mercado laboral.

La digitalización es otro reto; La pandemia nos mostró que la brecha digital es enorme. Aunque se han hecho avances en conectividad, aún hay miles de estudiantes que no tienen acceso a internet ni a dispositivos, en un mundo cada vez más digital, eso significa quedar rezagados no solo en educación, sino en oportunidades de vida.

 

Educar es comunicar

Como comunicadora social en formación, creo firmemente que la educación debe ser también comunicación; Comunicar la educación es visibilizar sus logros, sus desafíos, sus historias, es contar lo que pasa en las aulas, en los patios, en los territorios, es mostrar que detrás de cada cifra hay rostros, sueños, luchas. Es movilizar voluntades, generar empatía, construir comunidad.

Una campaña educativa bien diseñada puede cambiar percepciones, puede movilizar recursos, puede generar confianza. La narrativa importa, porque no basta con enseñar: hay que inspirar y la inspiración se logra con palabras, con imágenes, con historias que conecten.

 

Educación como política de Estado

Defender la educación como pilar del progreso no es una frase bonita. Es una posición política, ética y estratégica, es reconocer que sin educación no hay democracia sólida, ni economía sostenible, ni paz duradera, es entender que cada peso invertido en educación es una inversión en el futuro del país.

Colombia tiene una oportunidad histórica; Si logramos que la educación sea realmente el corazón que impulsa al país, podremos hablar de un futuro más justo, más digno, más humano, ese futuro empieza hoy, en cada aula, en cada profesor, profesora y en cada estudiante que se atreve a aprender y a soñar.

 
 
 

Comentarios


bottom of page